23 jul 2010

Invierno en el parque

Venía a tropezones y sin dar nota a los semáforos. No llevaba gorro ni bufanda, y así me sorprendió. Yo no dudaba de lo que sabía, ni sabía de lo que había, porque, muy adentro, yo dudaba de que lo hubiera. Si lo supe no lo sé, pero si algo hay por verdad, es que mi frente se heló de improviso, al caer la gélida noche hibernal.


Tened cuidado, mortales, que ha llegado el invierno, y no dudará en vapulearnos con sus porras de enfermedades y chifletes matutinos. Hace ya un tiempito que nos alcanzó, pero quieto supo estar. Ya se ve su sombra, ya se siente su perfume.

Pero no desesperéis, pues las cosas que se rompen se arreglan con cualquier poxi, así que si ven un árbol deshojado en vuestras andanzas por las rutas urbano-rurales, piensen que el otoño fue bello por dentro, y el invierno no tiene bello por fuera.

Qué lindo que es caminar por las plazas en otoño, mas ahora he de partir, aunque tal vez sea demasiado tarde. La noche se cierne sobre las copas de los lapachos, florecidos los guachos.

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