3 nov 2009

El bandido electrónico


Doña Adela estaba preocupada. No recordaba si había cerrado la llave del gas. “Después, ya veo, revienta todo o me muero asfixiada” pensaba, mientras buscaba sus sandalias de bajo la cama y emprendía su camino a la llave cerrar. Atravesó el pasillo oscuro como tantas otras veces lo supo hacer las últimas cuatro décadas en las que lloró y rió en aquella vieja casa en el centro. De las paredes amarillentas colgaban varios cuadros con fotografías de distintas épocas, todas ellas de escenas familiares. Adela trataba de no mirarlas, pues todas le recordaban a su difunto esposo.

Cuando ya estaba llegando a la cocina, notó que efectivamente se había olvidado la llave del gas abierta. “Que descuidada” llegó a pensar antes de darse cuenta de algo que llamó su atención. La casa de Adela era una de esas casas antiguas que tenían un pequeño cuarto en la cocina que era utilizado de despensa. Ahora la puerta de la misma estaba abierta, y en su interior la luz encendida. Adela se santiguó y tembló de miedo al recordar que ella no había tenido la necesidad de entrar a dicho cuarto en los últimos días. Sin embargo, tomó coraje y fue a investigar.

En una primera inspección (desde el marco de la puerta), todo estaba en orden. Pero aun debía entrar para apagar la luz, se decía a si misma “después, ya veo, la boleta de la luz va a ser altísima”. Entró. Y tras apagar la bombilla, la puerta se cerró tras su espalda.

“¡Socorro! ¡Socorro! ¡Me roban! “gritaba inútilmente Adela, mientras del otro lado, un hombre vestido de gala bebía unos tragos de whisky en las rocas y comenzaba a patear la puerta. “¡Socorro!” seguía gritando la señora, y del otro lado, las patadas a la puerta comenzaban a tomar ritmo de dos cuartos. La pobre vieja no entendía por qué la habían encerrado, pero no pudo resistirse a los rítmicos golpes y comenzó, casi sin darse cuenta, a moverse al compás de la música. Momentos después, el hombre del otro lado sacaba un papel de lija del bolsillo lateral derecho de su blazer y comenzaba a acompañar a las graves patadas con agudos “shakers” de lija. Adela estaba enfiestada. Ahora los gritos de socorro se habían convertido en alaridos de júbilo y éxtasis. Lo que bien podría haber sido otra noche aburrida se había convertido en un after de locura y música electrónica.

Durante casi seis horas armaron una gran suite electrónica en vivo y acústico, de un lado Adela, golpeando unas latas de conserva, y del otro el misterioso bandido DJ acústico contra la puerta. Hasta que pintó el bajón, y Adela invitó al músico a comer unos fideos con tuco. Pero este dijo que no podía: “Debo regresar a mi planeta. Pero ha sido un gusto pegarme un requeté reventón contigo, oh noble vieja cuasi chota. Ahora he de tomarme el palo, y no lloréis, porque todo bien. Auf wiedersen. ” Y se fue girando.

Desde ese día, Adela vio que debía hacer algo con su vida. Vendió todos sus vinos añejos y salames importados y compró ácido lisérgico y viajo por todos lados, menos por Letonia, porque estaba reservado para otro cuento.

2 comentarios:

Peperina dijo...

Entonces, qué hago si nadie me escucha gritar? Vale igual?
Hola Eri, te pasé a visitar

pia dijo...

jajajajaja pq a letonia no???
quiero saber q paso en letonia....